29 agosto 2012

El verano sin hombres / Siri Hustvedt.

Después de "Persuasión" de Jane Austen, llegó "El verano sin hombres" de Siri Hustvedt. Paso porque sí y fue como un desafío estadístico: el segundo libro reflexionaba sobre el primero, profundizaba en él. Hablaba de cómo el final se diluye entre pocas palabras -cosa que por cierto se da en todas sus novelas-. Lo importante había ocurrido ya. Estaba escrito. 

Hustvedt 1: "El desenlace es rápido. Lo que importa es el proceso [...] Austen sabe que ellos ya estaban casados espiritualmente y había sufrido el vació de la separación durante largos años". 

"Matrimonio espiritual" - unión de almas. A partir de esa intuición, la segunda escritora desarrolla muchísimos años más tarde, una historia completamente distinta -porque no hay separación igual a otra-. Y, sin embargo, conectada -porque todas las separaciones se parecen-. 

Hustvedt 2: "...Todos somos personajes cómicos, bufones ridículos que avanzamos a trompicones por la vida, dejando todo tipo de desaguisados a nuestro paso, pero si miramos más de cerca, lo ridículo se transforma de pronto en sórdido, trágico o, simplemente, triste. No importa si sobrevives en un pueblo provinciano o paseas por los Campos Elíseos".


 

23 agosto 2012

Persuasión / Jane Austen

He dedicado parte de mis últimas semanas a la lectura de Jane Austen. He disfrutado. Y creo que iré contando a partir de ahora, sin demasiado orden, algunas de las impresiones que me han ido dejando generando.

Veo en sus obras variaciones en torno a la constancia. El afecto del alma noble sólo puede ser constante, parece querer decirnos en cada una de sus novelas.

Puede que alguien vea en esa idea la expresión de una ingenuidad. A mi me parece ingenuo lo contrario. Vivir debe ser algo más que un desechar. Preservar lo que queremos, perseverar en quien queremos, es un ejercicio de integridad, es lo que nos mantiene enteros.

A veces lo hacemos por debajo de la espuma de los años -como ocurre en "Persuasión"-. El tiempo se acumula pero, silenciosamente, hay una emoción que sabe perdurar.

“...Sin embargo, no tardó en empezar a razonar consigo misma y en procurar controlar sus sentimientos. Ocho años, casi ocho años habían transcurrido desde su ruptura. Era absurdo recaer en la agitación que aquel tiempo había relegado a la distancia y el olvido. ¿Qué no podían hacer ocho años? Sucesos de todas clases, cambios desvíos, ausencias, todo; todo cabía en ocho años. 

Era cierto y natural que se olvidase el pasado. Aquel período significaba una tercera parte de su vida. 

Pero, a pesar de todos sus argumentos, ella se dio cuenta de que para los sentimientos arraigados ocho años eran poco más que la nada”.