Pero el amor, esa palabra
Aunque de manera poco sistemática, llevo varias semanas escribiendo sobre los intentos de la derecha española de generar una ola de movilización social contra el Gobierno. Lo que creo que no había comentado todavía es que la falta de tradición con la que cuentan en este aspecto de las acciones políticas les ha llevado a copiar el modelo desarrollado por los movimientos progresistas durante los últimos cinco años.
Este recurso es bastante nuevo en España, un país en el que la derecha ha preferido históricamente crear un caldo de cultivo que desembocase en un golpe de estado. Sin embargo es fácil encontrar antecedentes en la República de Weimar. Mismos medios pero distintos fines: donde la izquierda veía un camino para mejorar los derechos de la ciudadanía, descubría la derecha una vía para debilitar la democracia e impulsar la llegada de un régimen autoritario, que pondría fin a la sensación de caos que ellos mismos habían promovido y extendido.
Ese es el escenario en el que nos encontramos ahora. Basta con observar los mensajes emitidos por el Partido Popular. División científica del trabajo: Acebes encabeza a quienes se encargan de confundir y sembrar la sensación de desorden, mientras que Rajoy renuncia al diálogo, a la búsqueda de soluciones y ofrece únicamente orden y autoridad. Un orden “natural”, prepolítico, un orden imposible en cualquier sociedad diversa y dinámica como la nuestra.
Rajoy intenta vendernos un sueño en blanco y negro, una idea de España que nunca ha existido porque, simplemente, ha ido siempre por detrás de la realidad, a rebufo de la vida diaria de cada español. Un desfase que se refleja por ejemplo en su concepción territorial del Estado: se opusieron en 1978 al Título de la Constitución que abordaba este asunto como se oponen ahora a la reforma deseada por los valencianos, los vascos, los gallegos, los catalanes y los andaluces. Dentro de 30 años volverán a oponerse a las reformas que se propongan tratando de hacerse propietarios de un consenso que se está fraguando ahora pese a su oposición.
La derecha vivió la Constitución española como una derrota, y así sigue desde entonces: el divorcio, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo… Cada vez que nuestra sociedad conquista una nueva parcela de libertad vuelve a su garganta el amargo sabor de la derrota. Debe ser duro tragar saliva, durísimo ser testigo de cómo le van saliendo, diariamente, arrugas a sus sueños.
“Pero el amor, esa palabra”.
El amor parte de una idea sobre la persona amada. El tiempo, los gestos, las palabras, se van encargando de demostrarnos que aquella idea no era cierta. Es entonces cuando nos transformamos en exploradores y descubridores, cuando nos vamos acercando a esa otra desnudez que no era la esperada pero que en verdad es más auténtica y mucho más bella. Así es como va acercándose el día en que, despertando, nos damos cuenta de que cuanto nos gustan hasta sus defectos.
La derecha de este país no ha sido capaz de recorrer ese sendero emocional. Creen que están enamorados de España pero no es cierto, no aman a un amante real, aman a un ideal que está envejeciendo mal. Por eso su patriotismo no es patriotismo, sino rancio nacionalismo. Por eso se les nota tan infelices, tan tristes, tan peleados con la verdad. No viven para su amante, no lo aceptan, prefieren que España viva para ellos, disfrazándose de su ideal. La conducta del fetichista: anular la voluntad del otro, transformarle en objeto buscando un placer que nunca consuela del todo. Nada hay más triste, más dañino más peligroso.
Este recurso es bastante nuevo en España, un país en el que la derecha ha preferido históricamente crear un caldo de cultivo que desembocase en un golpe de estado. Sin embargo es fácil encontrar antecedentes en la República de Weimar. Mismos medios pero distintos fines: donde la izquierda veía un camino para mejorar los derechos de la ciudadanía, descubría la derecha una vía para debilitar la democracia e impulsar la llegada de un régimen autoritario, que pondría fin a la sensación de caos que ellos mismos habían promovido y extendido.
Ese es el escenario en el que nos encontramos ahora. Basta con observar los mensajes emitidos por el Partido Popular. División científica del trabajo: Acebes encabeza a quienes se encargan de confundir y sembrar la sensación de desorden, mientras que Rajoy renuncia al diálogo, a la búsqueda de soluciones y ofrece únicamente orden y autoridad. Un orden “natural”, prepolítico, un orden imposible en cualquier sociedad diversa y dinámica como la nuestra.
Rajoy intenta vendernos un sueño en blanco y negro, una idea de España que nunca ha existido porque, simplemente, ha ido siempre por detrás de la realidad, a rebufo de la vida diaria de cada español. Un desfase que se refleja por ejemplo en su concepción territorial del Estado: se opusieron en 1978 al Título de la Constitución que abordaba este asunto como se oponen ahora a la reforma deseada por los valencianos, los vascos, los gallegos, los catalanes y los andaluces. Dentro de 30 años volverán a oponerse a las reformas que se propongan tratando de hacerse propietarios de un consenso que se está fraguando ahora pese a su oposición.
La derecha vivió la Constitución española como una derrota, y así sigue desde entonces: el divorcio, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo… Cada vez que nuestra sociedad conquista una nueva parcela de libertad vuelve a su garganta el amargo sabor de la derrota. Debe ser duro tragar saliva, durísimo ser testigo de cómo le van saliendo, diariamente, arrugas a sus sueños.
“Pero el amor, esa palabra”.
El amor parte de una idea sobre la persona amada. El tiempo, los gestos, las palabras, se van encargando de demostrarnos que aquella idea no era cierta. Es entonces cuando nos transformamos en exploradores y descubridores, cuando nos vamos acercando a esa otra desnudez que no era la esperada pero que en verdad es más auténtica y mucho más bella. Así es como va acercándose el día en que, despertando, nos damos cuenta de que cuanto nos gustan hasta sus defectos.
La derecha de este país no ha sido capaz de recorrer ese sendero emocional. Creen que están enamorados de España pero no es cierto, no aman a un amante real, aman a un ideal que está envejeciendo mal. Por eso su patriotismo no es patriotismo, sino rancio nacionalismo. Por eso se les nota tan infelices, tan tristes, tan peleados con la verdad. No viven para su amante, no lo aceptan, prefieren que España viva para ellos, disfrazándose de su ideal. La conducta del fetichista: anular la voluntad del otro, transformarle en objeto buscando un placer que nunca consuela del todo. Nada hay más triste, más dañino más peligroso.
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