Terminé de dormir sin escuchar el despertador, estuve un rato en la cama, salí, me preparé un café, acaricié a la gata y encendí un cigarro. Junto a la ventana, abrí las 31 últimas páginas del libro que preferí no acabar anoche. Café, libro, cigarro, todo mientras escuchaba "can our love..." de los thindersticks. Terminé "Brooklin follies" de Auster, encendí otro cigarro, me duché durante media hora pensando que Paul tiene "el don", aunque soy de los que prefieren a los escritores que vuelan más bajo. Me vestí y salí a la calle.
Desde hace unos días, cinco músicos del este de europa tocan en la esquina entre Princesa y Alberto Aguilera una música con acento Kusturica, hoy habían incluido en su repertorio un villancico. Según me acercaba a ellos, un abuelo que no medía más de metro sesenta y que llevaba una muleta en cada mano, me adelantó a toda velocidad. Bajé comparando los escaparates navideños de las tiendas, y me di cuenta de que el espumillón de toda la vida ya sólo lo venden en las tiendas de todo a cien.
Como en un collage, las cosas se iban superponiendo a unas frases de Auster que me habían llamado la atención:
"... Cada hombre contiene varios hombres en su interior, y la mayoría de nosotros saltamos de uno a otro sin saber jamás quienes somos. Optimista un día y pesimista al siguiente; pesaroso y mudo por la mañana, riendo y contando chistes por la noche..."
Debería hacer este tipo de cosas más a menudo.