12 agosto 2005

Farenheits

I.

Al meter las maletas en el coche me sentía como un niño que sale de un inmenso parque temático, tenía ese agotamiento que sólo surge tras haberse subido en casi todas las norias, montañas rusas y trenes de brujas. Porque al final, eso es Las Vegas, un gran parque de atracciones para adultos. Lo curioso, y probablemente lo más triste, es que esa "diversión" no es tan limpia, ni tan inocente como la que todas y todos disfrutabamos hace ya mucho tiempo.

En Las Vegas no se juega a ser pirata o princesa, no se juega a ser, se juega a tener. Por eso se arriesga lo que se considera más valioso en un adulto: el dinero.

Un juego adulto, dos caras: placer y dolor.

II.

Atravesar el desierto de Nevada: la inmensidad, los espejismos. También la calma en unos ojos saturados de neón. La velocidad y el aire acondicionado. Los pioneros de este país atravesaron esta tierra sin recursos, sin saber que vendría detrás.

III.

Los Ángeles. Es imposible, mires a donde mires, no encontrar una huella humana. Metrópolis inabarcable, descomunal ser vivo de acero y asfalto. El coche, como un glóbulo rojo, recorre las arterias. Humo y nubes, doble cielo. Salgamos de aquí.

IV.

California, ¿porqué hasta aquí?, porque aquí la frontera occidental de occidente. El Pacífico al salir de una curva, atardecer junto a los alisos y las palmeras. ¿porqué hasta aquí?, porque era el mejor contrapunto de Las Vegas, su anticlimax.

Ahora en Santa María. Una de las pocas zonas de este país en las que no se generan productos con fecha de caducidad. Zona de vinos, "Entecopas" -"Sideways"-. Pasar de aquella cama a esta otra, dormir donde lo hizo la Monroe, la Crawford o Gary Cooper. Hacer el amor en el picadero de Clarck Gable, o Rodolfo Valentino.