09 agosto 2005

Todo al rojo

Desde Las Vegas, una ciudad que no es ciudad. Parcelas vacías y edificios descomunales, pelotazo inmobiliario, 40 millones de visitantes al año. La vuelta el mundo de cartón piedra en 24 horas: un falso Nueva York, una Venecia de mentira, un París en miniatura y mucho más. Pero sólo por fuera, dentro todo igual. Los infinitos ojos del gran hermano, incontables cámaras al acecho, Todo se observa desde algún sitio. Alfombras setenteras, oscuridad, ni una luz blanca, algunos neones rojos en los techos, y las máquinas...

Miles de tragaperras en cada casino, miles de sonidos y sintonías. Todas juntas conforman una sola, una voz indescifrable, una música que embota, gira la rueda de la fortuna al ritmo de una armonia tecnológica, tántrica. La banca gana. Ni un ruido más, las monedas caen mudas, la gente no habla. Es ese silencio lo más impresionante.

Tantas personas perdiendo, calladamente, su sueldo, sus ahorros, su futuro. Pasar por donde hace dos o tres horas: el mismo abuelo en el mismo taburete. Se acerca una camarera, decirse "cuando se termine la bebida lo dejo", sin saber que el beber es tan lento ahora que, mediante un cordón umbilical invisible, se vive conectado a una realidad ajena, diferente, primitiva...