El aplauso
De las muchas horas de debate sobre el Estatuto de Cataluña de ayer me quedará, para siempre, el recuerdo de una imagen: los cuatro minutos de aplausos a Mariano Rajoy. Las Diputadas y Diputados del Partido popular no celebraban su victoria, festejaban su derrota. Desde el primer minuto hasta el último vivieron el debate como si fuese un enfrentamiento bélico. El resultado era lo de menos. Lo importante era salir del Congreso discutiendo cuál de los insultos podía haber hecho más daño. Tratar de machacar, sentirse lo más macho posible.
Me pregunto si Mariano Rajoy, ya en casa, seguía escuchando esos aplausos, me pregunto si lo sigue haciendo ahora.
Espero que llegue el día en que nadie recurra a los dos Españas. Cada vez son menos, apenas el Partido Popular y Carod Rovira, los únicos que pueden sacarle partido a algo que ya no es cierto. Perseguir o huir de una España en blanco y negro: un dilema que nos es ajeno. La vida está en otra parte.
No hay dos Españas, ni tres, ni cuatro: hay un espacio de convivencia en el que deseamos vivir más de cuarenta millones de personas. Un lugar en el que cabemos todas y todos. Sin víctimas, sin verdugos.
Me pregunto si Mariano Rajoy, ya en casa, seguía escuchando esos aplausos, me pregunto si lo sigue haciendo ahora.
Espero que llegue el día en que nadie recurra a los dos Españas. Cada vez son menos, apenas el Partido Popular y Carod Rovira, los únicos que pueden sacarle partido a algo que ya no es cierto. Perseguir o huir de una España en blanco y negro: un dilema que nos es ajeno. La vida está en otra parte.
No hay dos Españas, ni tres, ni cuatro: hay un espacio de convivencia en el que deseamos vivir más de cuarenta millones de personas. Un lugar en el que cabemos todas y todos. Sin víctimas, sin verdugos.
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