De hojalata
La presión política y sobretodo mediática ejercida por la derecha española durante la segunda mitad de este año ha sido verdaderamente intensa. Sería imposible recopilar a estas alturas todas las descalificaciones, manipulaciones, mentiras e insultos que se han vertido.
Zapatero se encontraba en el mítin de hoy ante un difícil dilema: por una lado sentía que tenía que responder a la demanda de los simpatizantes y militantes del partido Socialista, era plenamente consciente de que a todas esas mujeres y hombres no le quedaban ya más mejillas que ofrecer; por el otro lado no quería responder con las mismas armas que sus adversarios.
No son pocos los ciudadanos españoles que habrían agradecido un buen golpe dialéctico del Presidente al Partido Popular, alguna frase ingeniosa tipo Alfonso Guerra que le hubiese hecho probar a Mariano Rajoy y a su corte de talibanes su propia medicina. Eso era lo fácil.
Pero hubiese sido también una traición a la palabra dada: Zapatero llegó a la Moncloa con la promesa de respetar, regenerar y modernizar nuestra democracia. Nada de insultos.
A partir de ese dilema podremos encontrar una interpretación a sus palabras. Cuando el Presidente del Gobierno puso el énfasis en el patriotismo de hojalata de sus adversarrios estaba logrando un impacto mucho más potente que el que podría haber logrado cualquier insulto, precisamente porque no estaba insultando, estaba diciendo la verdad.
Arrojar toda la luz posible sobre un punto tan débil de sus rivales supone un movimiento táctico de gran calado: Zapatero renuncia, por principios, a golpear a un Mariano Rajoy que ni siquiera está preparado para el combate porque, simplemente, no es capaz de trabajar por el interés general de España.
Zapatero se encontraba en el mítin de hoy ante un difícil dilema: por una lado sentía que tenía que responder a la demanda de los simpatizantes y militantes del partido Socialista, era plenamente consciente de que a todas esas mujeres y hombres no le quedaban ya más mejillas que ofrecer; por el otro lado no quería responder con las mismas armas que sus adversarios.
No son pocos los ciudadanos españoles que habrían agradecido un buen golpe dialéctico del Presidente al Partido Popular, alguna frase ingeniosa tipo Alfonso Guerra que le hubiese hecho probar a Mariano Rajoy y a su corte de talibanes su propia medicina. Eso era lo fácil.
Pero hubiese sido también una traición a la palabra dada: Zapatero llegó a la Moncloa con la promesa de respetar, regenerar y modernizar nuestra democracia. Nada de insultos.
A partir de ese dilema podremos encontrar una interpretación a sus palabras. Cuando el Presidente del Gobierno puso el énfasis en el patriotismo de hojalata de sus adversarrios estaba logrando un impacto mucho más potente que el que podría haber logrado cualquier insulto, precisamente porque no estaba insultando, estaba diciendo la verdad.
Arrojar toda la luz posible sobre un punto tan débil de sus rivales supone un movimiento táctico de gran calado: Zapatero renuncia, por principios, a golpear a un Mariano Rajoy que ni siquiera está preparado para el combate porque, simplemente, no es capaz de trabajar por el interés general de España.
<< Home