07 febrero 2006

Sonrie

Ayer propuse la búsqueda de una nueva aproximación a la tolerancia para referirme a la crisis de las caricaturas danesas. Quizá merezca la pena tratar de abrir una puerta más.

En el contexto actual de “Guerra contra el terrorismo” o –para no faltar a la verdad- en la presente “Guerra por el control de las fuentes de energía”, se ha recurrido a lo que había en el cajón de los objetos perdidos, es decir, a la vieja y muy conservadora teoría del “choque de civilizaciones”.

No es un recurso nuevo, la historia de la humanidad puede verse también como una sucesión de dos tipos de guerras: entre banderas o entre religiones. Toda esa suma desemboca en una incontable montaña de caídos por sus mentiras.

Las causas de los conflictos bélicos son siempre económicas pero mejor si no las sabe ese chaval de 20 años. Mejor si no lo sabe porque la única manera de que deje de jugar a la Playstation en su sillón de Ohio consiste en ponerle delante su cruz y su bandera. Háblale de un enemigo que no conoce, de una amenaza todo lo que si conoce. Próxima estación: ¿Kabul?, ¿Bagdad?, ¿Teheran?...

Una de las razones por las que la propuesta de la “Alianza de civilizaciones” me parece atractiva radica en la lógica que contiene: no puede haber alianza si no hay consenso, no puede haber consenso sin diálogo, y no puede haber verdadero diálogo si no hay un esfuerzo por conocer al otro.

En ese esfuerzo está la clave de la tolerancia. ¿Cuántas crucifixiones se han pintado en nuestros países durante todos estos siglos? Probablemente unos cientos de miles ¿Cuántas veces han pintado los judíos a Yaveh o los musulmanes a Mahoma? Ninguna porque lo consideran pecado.

Nadie lo ha hecho desde el año cero de la era musulmana.

Un tipo en Dinamarca dibujó a Mahoma y además ridiculizándole. La culpa no es suya, es de todos.

Tanto desarrollo, tanta revolución tecnológica, Internet, periódicos, libros, enciclopedias, radio, televisión, cds, mp3, películas… Ni un segundo para tratar de mirar con los ojos de nuestros vecinos.

Nuestra soberbia. Eso es lo que ven en las caricaturas, en esa sonrisa nuestra que desde el otro lado del mundo se están imaginando precisamente ahora.