09 mayo 2008

Palabras para Claudia


Ya ves, Claudia, es a fuerza de recordar como uno avanza en el desexilio, al encuentro con uno mismo. Sin prisa, porque la memoria esconde siempre más de lo que enseña. Calma, si quieres llegar tendrás que dejarte llevar. No, no basta con cerrar los ojos. Quizá la clave, la llave, esté en la forma de respirar, no lo sé, no es fácil tomar nota en tiempos de abandono. Transición. Brota un cierto tipo de luz, una claridad que despierta en la piel el calor de otro tiempo, de muchos veranos atrás. Aparece en la yemas de los dedos un rastro casi olvidado, suave, tosco, casi primitivo, cercano a lo artesanal. Surgen de la nada embriones de hormigas negras, disciplinadamente se alinean, van tomando forma. Son letras. Son las páginas de las novelas de mi abuelo. Novelas por toda la casa, novelas baratas, de Marcial Lafuente, “del oeste”, tamaño bolsillo. Cuatro o cinco en el ventanuco del patio, otras bajo el mueble de la televisión, algunas en la entrada de la casa, pocas sobre la lavadora, una en el cesto de la ropa. No están todas. A mi abuelo, jornalero, hombre que aprendió a leer sin ir a la escuela, le gustaban los libros. Es verdad que en el pueblo sólo tenía acceso a esas novelas de un centenar de páginas y tapas de cartón. Es verdad que nunca llegó a tener biblioteca, que mi abuela volvía al kiosco de la plaza donde él las iba comprando y ella se las revendía al dueño, alimentando un sucedáneo de mercado literario de segunda mano para agricultores. Es verdad que nunca debió dejarle leer en la cama. Pero a mi abuelo le gustaban los libros. Recuerdo ir paseando con él por el campo, como si nada, se acercaba a un árbol cualquiera y paraba, y sonreía, sonreía con la sonrisa del mago que sabe que dejará al público con la boca abierta, metía la mano en un hueco del tronco de ese árbol y sacaba una novela enrollada sobe sí misma. No sería la única. Podría hacer lo mismo al rato, o cualquier otra tarde, sacar una novela de la pared de una casa en ruinas, a veces de entre las mismas piedras. Podría hacerlo decenas de veces. Sólo con el paso de los años puede uno avanzar en el desexilio, encontrarse con quien ya se fue. He tenido que esperar hasta hoy para comprender que mi abuelo, aquel hombre humilde de mirada azul y dedos de pianista, curtido por los rigores de Castilla, hizo del campo su biblioteca. Y aunque duela, aunque me hubiese gustado comprenderle a tiempo, regalarle algún libro, aunque apenas pudimos conocernos antes de que me apretase la mano en la cama del hospital, he de sentirme agradecido.


Fotograma de "The wind will carry us" de Kiarostami.
Escrito mientras escuchaba "Cowboys" de Portishead.

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1 Comments:

Blogger Katia said...

Precioso, la verdad.
¿Quién es Claudia?

1:44 p. m.  

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