17 septiembre 2009

Tarantino, inglorious bastards

Hace unas semanas tuve la suerte de ver el último largo de Tarantino, un director capaz de atraerme y repelerme con la misma facilidad. Fue lo que me ocurrió a lo largo de los cinco capítulos que conforman "Inglorious bastards".

Según avanzaba el primero, acumulando tensión fotograma a fotograma, pensé que estaba viendo cine del de verdad, una obra maestra. Todo atrapaba, el diálogo, los silencios, los planos. Tremendo. Tan fue así que no moví un músculo hasta que llegó el fundido en negro que daba el relevo al segundo capítulo.

Desde entonces ya no encontré la postura. Había momento muy buenos, pero el listón resultaba inalcanzable. A pesar de la parte del bar, en la que parece remontarse el vuelo, cada vez más todo se iba transformando en una gamberrada que no me resultaba graciosa. Simplemente fue eso, fijo que es culpa mía y tal, pero... por no verle la gracia, la gamberrada me pareció banal. Tan banal, por cierto, como Brad P. Con todo, me gustaría subrayar que, para mí, el primer capítulo, por sí solo, vale de largo el precio de una entrada.


Imagen del post: "detalle de uno de los carteles de la película".
Posteado mientras escuchaba (y bailaba) "Cellphone is dead" de Beck

Etiquetas: