fundido en negro
De madrugada, salí a la calle. Llevé las 11 botellas vacías al contenedor de vidrio y encendí un cigarro.
Junto al portal, mirando al cielo, pretendía avierguar si llovería al día siguiente. Alguien se acercaba. Un hombre, mediana edad. Se detuvo a tres metros de mí, junto al bidón de la basura y levantó la tapa. Sacó una primera bolsa, la pesó en el aire y la apartó. Después la segunda. Esta vez la abrió. Era la mía. Cogió un par de cosas y continuó su tarea. 4 minutos después se marchó.
Sobre la acera, un papel arrugado trataba de estirarse, su esfuerzo por recobrar la postura orginal era estremecedor. Algunas palabras podían leerse. Fueron escritas hace un par de días, y deshechadas. Sin embargo, todavía las recordaba:
"... Fueron felices y comieron perdices... Malos tiempos los de la gripe aviar. La princesa y el príncipe heredero fueron intoxicados. Sólo 3 horas después cayeron en coma. La noticia recorrió velozmente todo el país y se desencadenó una revuelta. La represión fue terrible. Llegó la revolución. Todos los miembros de la familia real fueron ahorcados bajo las cúpulas en llamas de las catedrales.
A veces conviene contar el cuento entero".
Con el pie empujé ligeramente el papel. No más de 6 centímetros. Lo suficiente como para que cayese en el charco que enmarcaba el árbol. La tinta comenzó a disolverse. Las palabras se deshilachaban. Quería el azul salvarse de un naufragio que ya era irreversible. Apuré la última calada y me marché.
Junto al portal, mirando al cielo, pretendía avierguar si llovería al día siguiente. Alguien se acercaba. Un hombre, mediana edad. Se detuvo a tres metros de mí, junto al bidón de la basura y levantó la tapa. Sacó una primera bolsa, la pesó en el aire y la apartó. Después la segunda. Esta vez la abrió. Era la mía. Cogió un par de cosas y continuó su tarea. 4 minutos después se marchó.
Sobre la acera, un papel arrugado trataba de estirarse, su esfuerzo por recobrar la postura orginal era estremecedor. Algunas palabras podían leerse. Fueron escritas hace un par de días, y deshechadas. Sin embargo, todavía las recordaba:
"... Fueron felices y comieron perdices... Malos tiempos los de la gripe aviar. La princesa y el príncipe heredero fueron intoxicados. Sólo 3 horas después cayeron en coma. La noticia recorrió velozmente todo el país y se desencadenó una revuelta. La represión fue terrible. Llegó la revolución. Todos los miembros de la familia real fueron ahorcados bajo las cúpulas en llamas de las catedrales.
A veces conviene contar el cuento entero".
Con el pie empujé ligeramente el papel. No más de 6 centímetros. Lo suficiente como para que cayese en el charco que enmarcaba el árbol. La tinta comenzó a disolverse. Las palabras se deshilachaban. Quería el azul salvarse de un naufragio que ya era irreversible. Apuré la última calada y me marché.
Lisa Mitchell - See You When You Get Here
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