29 marzo 2010

puntual(mente)


No todos los días, pero hoy si, llevo el reloj de mi abuelo. Me gusta porque es de cuando las cosas se hacían bien, para que durasen. De pequeño le dije que era lo que quería de él cuando ya no estuviese. Yo: sólo eso. Él: prometido. Desde entonces, siempre mirábamos la hora juntos. Funciona a pilas, pero también con el pulso que se transmite desde la muñeca hasta la maquinaria. Magia pura. Cuando mi abuelo enfermó, el reloj comenzó a retrasarse. De vez en cuando, me lo pongo. No siempre. Otra manera de no olvidar que el tiempo ya se agota si el latido pierde intensidad.