26 abril 2010

shame

Bajo el peso de la vergüenza social, como si no cupiera otra opción, quedó la vida reducida al callejón de las miradas vecinas. De madrugada, firmó el acta de rendición y a pasar página. En el acta del tribunal público puede leerse: “inocente por falta de pruebas”.

Pasó el tiempo.

Sin darse cuenta, una vez, al caminar, no buscó el reflejo en un escaparate. Lo había hecho siempre, desde la infancia. Ocurrió lo mismo con la ventanilla de un autobús, prefirió no cruzarse con su propia mirada. Fueron acumulándose los gestos, crecía la suma de micro-huidas.

Comenzó a llover y pasó el tiempo.

Un sábado, mientras se hacía el café, descolgó uno a uno todos los espejos de la casa. Ya era oficial, comenzaba la vida en el mundo antirreflectante.

Empezó a nevar y pasó el tiempo.

Atardecía sobre el banco del parque, lejos de la fuente. Fue cuando escuchó la voz de su sombra: “ahora que estamos a solas, he de hablarte. Soy yo quien se avergüenza y tú quien te equivocaste”.