13 julio 2012

final(mente)

Llevó su tiempo reunir de la primera a la última todas las piezas. Al principio era cuestión de método, de darle hilo a esa paciencia que tienen los viejos que sólo salen a la calle para comprarle comida al gato y tienen la radio puesta todo el día, porque están esperando a la muerte mientras construyen una réplica del puente de Brooklyn con 100.000 cerillas. Fue lo que ocurrió con la imágenes y las palabras; con los demás restos del naufragio que todavía podían encontrarse en la superficie. Había que situar todo aquello en su sitio, en su hora y fecha exacta. 

 Luego le llegó el turno a la memoria, a la reconstrucción de los hechos. Salir de la estación de los trenes perdidos y desandar los trayectos. Volver a dibujar el recorrido. No hay prisa, no puede haberla. Al devolver cada huella al mapa, se para y se anota todo: la intermitencia del hombre verde en el semáforo y el batir de alas de una risa. El tipo de cosas que mantienen siempre alguna luz encendida en cualquier ciudad de madrugada, y dejan a la gente sin tabaco, maldita sea la gracia. “Vivir no es revivir”, me dijo tu vecino, el taxidermista. Ahora debe estar disecando una cobra a pocos metros de tu cama. Las sábanas, inmersiones en el mar del recuerdo. Cerrar los ojos para ver mejor, hasta el más mínimo de los detalles. Todo por escrito. 

 Después vino la etapa de los retales. La lectura de los posos del café que quedaban en la barra, los recibos en las bolsas de basura y la carne caducada. Las pistas llegan cuando se espera la cantidad de horas suficiente. Forzar el azar es la pasión del ludópata: una moneda tras otra en el corazón de cada ser humano involucrado. Hola, me alegro de verte, dame cambio; cuéntame. Y cada millón de veces, jackpot. No lo había pensado, pero encajaba, claro que encajaba. Inmovilidad facial, leve tensión en el pulso. Necesidad de precisión. A esto se le llama poner alfileres en alas de la mariposa. 

Finalmente reunida, redactada, revisada y encuadernada, la historia apenas cuenta nada. Dos personas y un intento, sólo eso. Otro más, sin más belleza, ni más miseria, que cualquier otro sueño devorado por una época brutal.