12 enero 2013

La Abadía de Nortanger / Jane Austen


Con este post, cierro el ciclo dedicado a las novelas de Jane Austen. Y lo hago sonriendo, primero porque “La Abadía de Nortanger” es su obra más divertida, la más irónica; y segundo porque al mismo tiempo es la más fresca. El tipo de frescura que sólo pueden ofrecer los virtuosos, la frescura que logran que las palabras vayan entrando solas, a modo de divertimento, para que ya no puedan salir. 

Hay, además, en este libro bastante de afirmación serena y poderosa. No de sí misma, sino de la tarea. Al defender desde el humor la novela, denigrada en aquella época como "literatura para mujeres", Jane no se reivindica como escritora -ya está por encima de eso- reivindica los libros que se escriben con el material de nuestras historias. 

“Si preguntamos a una dama: “¿Qué lee Usted?, y ésta llámese Cecilia, Camilla o Belinda, que para el caso lo mismo da, se encuentra en la lectura de una obra novelesca, nos dirá sonrojándose: “Nada… Una novela”; hasta sentirá cierta vergüenza de haber sido sorprendida concentrada en una obra en la que, por medio de un refinado lenguaje y una inteligencia poderosa, les es dado conocer la infinita variedad del carácter humano y las más felices ocurrencias de una mente avispada y despierta. 

 Si, en cambio, esa misma dama estuviese en el momento de la pregunta, buscando distracción a su aburrimiento en un ejemplar del Spectator, respondería con orgullo, y se jactaría de estar leyendo una obra a la postre tan plagada de hechos inverosímiles y de tópicos de escaso o ningún interés, concebidos, por añadidura en un lenguaje tan grosero que sorprende el que pudiera ser sufrido y tolerado”.