28 abril 2013

Santuario, Faulkner



"El tiempo no es una cosa tan mala después de todo. Usándolo correctamente, se puede estirar cualquier cosa, como si fuera una goma, hasta que se rompe por algún sitio, y te encuentras con toda la tragedia o la desesperación reducidas a dos bultitos entre el índice y el pulgar de cada mano".

Cada vez que publicó un libro, el autor de las palabras anteriores se acercó a casa de su madre para regalar un ejemplar. Lo hizo con todas sus obras menos con esta. Faulkner escribió "Santuario" en plena recesión económica, necesitando dinero. Fue un éxito. 

Desde que descubrí esa anécdota -inmerso como andaba ya en el deseo de estudiar a los autores norteamericanos de entreguerras- decidí leerme cuanto pudiese de este escritor a ver si así encontraba una respuesta válida para resolver ese pequeño misterio. Avanzar por ese lenguaje pantanoso ha sido descubrir el pensamiento y la expresión de uno de los hombres más influyentes en la cultura accidental. 

Tiempo habrá para hablar de ello, por el momento me conformo con reconocer algo que nunca me había planteado: la tremenda carga de paciencia y sensibilidad que hace falta para poder escribir sobre la violencia y la brutalidad. Y también la responsabilidad que conlleva el no convertirlas en producto de consumo.