22 enero 2013

A este lado del paraíso / Francis Scott Fitzgerald

Hace algunas semanas escribí algo sobre la generación perdida. Pensaba entonces en hacer lo que hago ahora, rememorar junto al teclado a aquella gente llena de talento que vivió los años veinte y tuvo después que atravesar la etapa de la gran depresión.

Veo en las obras de  esos escritores la posibilidad de aprender algo que todavía no hemos terminado de asumir. Creo haberlo contado aquí. El caso es que iré hablando de algunas de las obras escritas por aquella época, comenzando por Fitzgerald que para mí es uno de los grandes del siglo pasado.

Puede sentirse en su escritura el interés por los personajes que no encajan en el puzzle y también por la tan humana pulsión autodestructiva, por el constante, sutil y lento proceso que lleva a marchitar -desde dentro- lo que fue creado. La erosión es la hermana del tiempo, por eso apenas puede ser percibida por el ojo humano, ni siquiera cuando es el ojo quien apunta al pecho propio. No sé, creo que algo de eso se percibe con el pasar de las páginas de esta obra.

 “Amory se detuvo a la entrada y consultó su reloj; necesitaba saber la hora, porque algo en su mente, encargado de catalogar y clasificar las cosas, gustaba de recordarlas con toda claridad. Más adelante había de sentirse satisfecho, de una manera vaga, por ser capaz de pensar que “aquello terminó exactamente a las ocho y veinte del jueves, 10 de junio de 1919”. En eso pensaba al venir de su casa, un paseo del cual no había de guardar el más mínimo recuerdo”.

12 enero 2013

La Abadía de Nortanger / Jane Austen


Con este post, cierro el ciclo dedicado a las novelas de Jane Austen. Y lo hago sonriendo, primero porque “La Abadía de Nortanger” es su obra más divertida, la más irónica; y segundo porque al mismo tiempo es la más fresca. El tipo de frescura que sólo pueden ofrecer los virtuosos, la frescura que logran que las palabras vayan entrando solas, a modo de divertimento, para que ya no puedan salir. 

Hay, además, en este libro bastante de afirmación serena y poderosa. No de sí misma, sino de la tarea. Al defender desde el humor la novela, denigrada en aquella época como "literatura para mujeres", Jane no se reivindica como escritora -ya está por encima de eso- reivindica los libros que se escriben con el material de nuestras historias. 

“Si preguntamos a una dama: “¿Qué lee Usted?, y ésta llámese Cecilia, Camilla o Belinda, que para el caso lo mismo da, se encuentra en la lectura de una obra novelesca, nos dirá sonrojándose: “Nada… Una novela”; hasta sentirá cierta vergüenza de haber sido sorprendida concentrada en una obra en la que, por medio de un refinado lenguaje y una inteligencia poderosa, les es dado conocer la infinita variedad del carácter humano y las más felices ocurrencias de una mente avispada y despierta. 

 Si, en cambio, esa misma dama estuviese en el momento de la pregunta, buscando distracción a su aburrimiento en un ejemplar del Spectator, respondería con orgullo, y se jactaría de estar leyendo una obra a la postre tan plagada de hechos inverosímiles y de tópicos de escaso o ningún interés, concebidos, por añadidura en un lenguaje tan grosero que sorprende el que pudiera ser sufrido y tolerado”.

02 enero 2013

anónimo


En alguno de los próximos posts mencionaré un libro que me ha gustado. Por el momento quiero incluir una de las citas que contiene –un artículo de William Deresiewicz- que puede ayudarnos a pensar sobre la progresiva disolución de la intimidad. El texto lleva un título fantástico: el final de la soledad.

“La cámara creo la cultura de la celebridad; el ordenador la cultura de la conectividad. Y según van convergiendo estas dos tecnologías –el relevo del texto por la imagen en la web, y el crecimiento de las redes sociales- se amplifica su impulso compartido. La celebridad y la conectividad son dos caminos para darse a conocer […]

Estar conectado, ser reconocido: ser visible. Si no ante una audiencia de millones de personas –como pasa con los realities-, que sea por una decenas en twitter o en facebook. Eso es lo que nos valida, así es como nos hacemos reales ante nosotros mismos, siendo vistos por los demás. El gran terror de nuestro tiempo es la anonimidad […]

El principio de sinceridad que artículo el romanticismo, el principio de autenticad que vertebró el modernismo; está siendo sustituido en la era postmoderna por el principio de la visibildiad”.