08 octubre 2007

obras comunes

Cuando viajamos, cuando entramos en un museo por primera vez, solemos ya tener en mente qué es lo que no nos podemos perder. La firma. Hubo un tiempo en el que los artistas no necesitaron dejar su sello, tanto la obra como el acto en sí de crear estaban por encima de la vanidad, de la búsqueda de posteridad. Una época en la que cada creación estaba destinada a formar un conjunto.

Hasta que el arte comenzó a transformarse en mercancía, y los comerciantes se dieron cuenta de que necesitaban indicadores más fiables que su gusto, e incluyeron la firma en el precio de la obra

El valor de las cosas no suele estar en consonancia con su precio. Lo pensaba ayer, pensaba en la necesidad de que, de algún modo, retomemos el placer de las obras comunes. Habría que encontrar la capacidad de entregar el reconocimiento que no pidieron quienes trabajaron en lo que creían sin buscar resaltar, sabiendo que no les daría la vida tiempo para ver el resultado final, con la satisfacción de que dedicaban sus días al bien común.

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