Se que muchas y muchos ciudadanos han disfrutado con el debate sobre el estado de la nación, es probable que haya sido el más intenso que recuerdo, quizá por la rotundidad con la que hoy se ha manifestado el contraste humano y político que hay entre Zapatero y Rajoy.
No se si el número de espectadores que se ha sorprendido ante la dureza con la que se ha empleado el Presidente del Gobierno frente al líder de la oposición, supera al número de españoles que estaban deseando que llegse ese momento. Francamente no lo creo, sobre todo porque esa dureza implacable, continua y profunda, demoledora, con la que se ha fajado Zapatero, no ha necesitado ni de mentiras, ni de insultos, sólo la hemeroteca, el diario de sesiones y las cifras. Hoy Rajoy ha recibido en sus propias carnes una dura lección: ni en política, ni en la vida, es necesario -ni conveniente- ser agresivo para ser duro, ni ser bravucón para ser valiente.
En todo caso, esas son cosas que se las llevará el viento, lo que en mi opinión debe quedar para la historia, el gesto que debe interiorizar mi generación para el futuro de este país es otro: ya al final del debate, con un Rajoy desacreditado para ser Presidente del Gobierno y para poder seguir dirigiendo al Partido Popular, con el adversario completamente derrotado, Zapatero ha tendido la mano, ha pedido y ha ofrecido su voluntad de seguir trabajando por la unidad frente al terrorismo. Es en ese momento, en la generosidad y la altura de miras, pudimos intuir la altura moral y política de un auténtico hombre de Estado.
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